sábado, 26 de marzo de 2011

Arriba en la Cordillera

Cada madrugada abría sus ojos, despegaba su ropa arrugada de la cama en la oscuridad de su catedral, permitía que el agua lavara su cuerpo y su alma, para volver a sonreír en medio de la bruma.
En sus manos la dureza de la vida, los dibujos sin lienzo que nunca esbozó, las grietas en su piel de las gredas que no se tornearon con su alma; y así tomaba su corcel blanco. Cada Mañana.
Un trabajo anhelado, para darle vida a una angustia crónica y obligada.
Dos familias en el cuerpo y en el alma, una sola ansia de flotar en el mismo cielo con sus brujas irreconciliables entre ellas.
Se destacaba entre las máquinas sus risas, con estruendosa música que contagiaba alegría, sus ojitos pequeños a penas se abrían, pero su mirada iba justo al centro de la sabia. Cabalgando esos espinosos caminos pedregosos, con acantilados, curvas y tierra. A lo lejos, entre las estrellas falsas, se veía Santiago... lejos de su ruta, estaba su hija que lo esperaba. Y la luz que nunca le falló, era una linterna mortífera que desprendía humo de sus entrañas.
Así lo visitó la parca, y me lo llevó sin despedirse, sin beso final, ni nada.

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